1ª Aparición
Durante la primavera de 1916, en un lugar rocoso del monte O Cabeço, cerca de Aljustrel, se apareció un Ángel a Lucía Dos Santos – de 9 años – Francisco Marto – de 8 años – y Jacinta Marto – de 6 años.
Los tres niños se habían refugiado en una cueva porque había empezado a llover, y allí rezaban el Rosario, comían y jugaban cuando vieron – según Lucía – “una luz más blanca que la nieve, en forma de un joven; transparente y más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol”.
Al acercarse el Ángel les dijo: “No temáis, soy el Ángel de la Paz. Orad conmigo”. Y arrodillándose en tierra, inclinó la frente hasta el suelo, e hizo repetir tres veces a los niños la siguiente oración:
“Dios mío, yo creo, adoro, espero y Os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no Os aman”.
A continuación, incorporándose, dijo:
“Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”.
Tras desaparecer el Ángel, los niños quedaron envueltos en una intensa atmósfera sobrenatural y no paraban de recitar la oración que les había enseñado el Ángel.
2ª Aparición
Un día de verano del mismo año – 1916 -, los tres niños jugaban en casa de Lucía cuando volvió a aparecerse el Ángel el cual les dijo: “¿Qué hacéis?. ¡Orad mucho!. Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced al Altísimo contínuamente oraciones y sacrificios”.
Pero los niños le preguntaron extrañados: “¿Cómo hemos de sacrificarnos?”.
Y ésta fue la contestación del Ángel:
“En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así, sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda; el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe”.
A partir de entonces, no dudaron los niños en ofrecer sus sufrimientos a Dios, para reparar por tantas ofensas como recibe de los hombres y como súplica por la salvación de los pecadores.
3ª Aparición
Llegó el otoño y en el mismo lugar que la primera vez, en el monte O Cabeço, mientras el rebaño pastaba tranquilamente y ellos rezaban de rodillas y rostro en tierra las oraciones del Ángel. Percibiendo una luz sobrenatural encima de ellos levantaron sus ojos y vieron nuevamente al Ángel.
Llevaba un cáliz sobre su mano izquierda, y sobre el cáliz una hostia. De la hostia brotaban algunas gotas de sangre que iban a caer dentro del cáliz.
Entonces, dejando suspendido en el aire el cáliz con la hostia sangrante, se arrodilló e hizo repetir a los niños tres veces esta oración:
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indeferencias con que Él mismo es ofendido.
Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”.
Después, levantándose, tomó de nuevo el cáliz y la hostia y los ofreció a los niños. Lucía recibió la hostia, mientras que Jacinta y Francisco tomaron del contenido del cáliz. Y mientras hacía ésto, el Ángel decía:
“Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.
Crecía día a día en los niños el amor a Dios, el deseo de reparación por las ofensas que recibía, y el anhelo de sacrificio por la conversión de los pecadores. Dice Lucía:
“Llevados por una fuerza sobrenatural que nos envolvía imitábamos en todo al Ángel, y postrándonos en tierra como él, repetíamos las oraciones que nos había enseñado”.