En la persona de Cristo a través del Inmaculado Corazón de María
2007- Michel Gaughran
Nosotros hemos contemplado el Cenáculo en términos de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, cuando la Iglesia estaba naciendo, pero es claro, que hubo otra ocasión, seis semanas antes, cuando otro acto de nacimiento, se llevó a cabo en la misma sala de arriba. Era la ocasión de la Última Cena y allí es donde nació nuestro Sacerdocio. El Papa Juan Pablo II, en su carta a los sacerdotes para el jueves Santo del 2000, nos pidió de meditarlo diciendo:
Debemos siempre meditar otra vez el misterio de aquella noche. Debemos volver a menudo en espíritu a aquél Cenáculo, en el cual nosotros los sacerdotes, en una manera especial, podemos sentirnos de estar, en un cierto sentido, “en casa”. Se podría decir de nosotros, en relación al Cenáculo, lo que el salmista dice de la gente en relación a Jerusalén. El Señor escribirá en el libro de las gentes:”Éste ha nacido allí”.
En ésta meditación, miramos al sacerdocio. Lo estamos haciendo, porque es necesario para nosotros hacerlo como una manera especial, perteneciendo al Movimiento Sacerdotal Mariano. Nuestra Madre ha dirigido éste movimiento especialmente para nosotros los sacerdotes; y nos ha llamado “Sus hijos predilectos” precisamente en virtud de éste regalo. A través de nosotros Ella, que es la Madre con el Corazón del Sacerdocio, quién comprende la naturaleza del sacerdocio y el espíritu en el cual debemos vivir (porque Ella formó al Único y Altísimo Sacerdote Eterno) y ahora Ella nos introduce en el lugar especial de Su Corazón Inmaculado, donde el corazón nuevo de la nueva Iglesia se está formando.
Ella quiere que contemplemos éste maravilloso regalo con Ella, que debe ser vivido enteramente. En esto, nosotros seremos ayudados por Ella, las palabras de Su Papa, que debía ser llamado el Papa de nuestro Movimiento.
No es cuestión de vernos a nosotros mismos como una suerte de elite al lado de otros sacerdotes, de ninguna manera más santos que otros (quizás tenemos más necesidad de misericordia que otros) pero como Ella desea formarnos, y otros deseando introducirse ellos mismos en Su formación, de vivir una experiencia sacerdotal digna de ésta maravillosa realidad, para alegría y gloria de Su Hijo Jesús. Esto corresponde al centro de la renovación de la Iglesia.
En los años en que Él conversó largamente con nuestra Madre, estoy seguro que Jesús le debe haber hablado a Ella muchas veces del futuro de la Iglesia y de los Apóstoles tanto que, cuando los encuentra a ellos otra vez en la sala de arriba para el Cenáculo donde el Espíritu Santo vendría, Ella debe haberlos mirado con mucha ternura, Madre Maravillosa para éstos hombres quiénes serían el corazón de la Infancia de la Iglesia. Su Hijo les dijo que se iba, pero que volvería.
Para ésa vuelta llamó a cada uno de ésos hombres jóvenes por su nombre y les pidió de perpetuar en el tiempo la Ofrenda de Él Mismo al Padre y que Él Mismo se hizo en la Última Cena y lo completó en el Calvario. Él se puso a Si Mismo en sus manos y de actuar en Su Persona.
Él se puso en sus manos, Su Propio Altísimo Sacerdocio y Él Mismo como la Víctima. Él ha ordenado sus sacerdotes, no con otro sacerdocio, pero, con Su propio Sacerdocio, que significa, que Él Mismo vive y actúa en ellos.
Un Don totalmente Divino
Ellos fueron llamados por su nombre: Pedro, Andrés, Juan, y los otros.
Fue el Señor que eligió personalmente a cada uno, y ahora ellos estaban reunidos con la Madre para esperar el regalo final, lo que hace del sacerdocio en cada uno algo totalmente divino: El Espíritu Santo vendría sobre cada uno y se quedaría allí para el Sacramento de la Orden Sacerdotal, a través de éste carácter, es uno de los tres permanentes conferidos a la Iglesia. Y Él vendrá a través del nuevo acto de maternidad de Nuestra Madre, la esposa del Espíritu Santo, que presidía el Cenáculo y Ella, a la vez sería la Madre de los sacerdotes, que era introducida por Su Hijo agonizante: “He allí tu Madre” está claro, dirigida a toda la Iglesia, pero en especial manera a San Juan que estuvo allí como uno de los primeros sacerdotes, representándonos a todos. De éste regalo, el Papa Juan Pablo II nos dijo:
“Hagamos una pausa y contemplemos al Redentor en el Cenáculo que, en la última Cena, instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. En aquella Noche Santa, Él llamó por su nombre a todos los sacerdotes de todos los tiempos.
Él vio, volviéndose a cada uno, amando y mirando el futuro, como aquellos que estaban allí…(Los Apóstoles) (Carta a los sacerdotes, 2004)
Aquella naturaleza muy personal del don del Señor continúa a través de la historia de la Iglesia. Como Él nombró a Pedro y los Apóstoles por su nombre, así Él nos llama a cada uno de nosotros, así él con la mirada fija en nosotros nos llama a cada uno, Juan, Santiago, Andrés, y así a todos, y ésta llamada en la eternidad divina, y a través de miles de años; era ratificado a través de las manos de un obispo. Esto es algo totalmente divino. Hay alguien que ha sugerido que el don viene de la delegación de la Iglesia local.
“La Eucaristía, como el sacerdocio, es un don de Dios, que excede radicalmente el poder de la Asamblea, y que recibe esto a través de la sucesión episcopal viniendo directamente de los Apóstoles”. (Iglesia de Eucaristía, 29).
El Concilio Vaticano II nos enseña que
“El ministerio sacerdotal, con el poder sagrado que él es investido…ofrece el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y ofrece a Dios en el nombre de toda la gente”. (Lumen Gentium,10)
“La Asamblea de los fieles, uno en fe y en el Espíritu y enriquecidos por muchos dones, mientras constituye el lugar en que Cristo está Presente en Su Iglesia, y de manera especial en la acción de la liturgia”. (Const. De la Liturgia,7)
“Pero no le es posible a los fieles ya sea celebrar la Eucaristía o ellos mismos ordenarse en el ministerio”.
En aquel momento cuando las manos del Obispo están puestas en nuestra cabeza, lo que nosotros recibimos nos viene de la Última Cena del Mismo Señor, transmitido a través de series de Obispos, pero no como su don. Ellos son instrumentos de un don totalmente divino.
En aquél momento, estamos en la pura esfera de Dios; nosotros fuimos llamados a ser presbíteros en la Misma Persona de Cristo.
En la Persona de Cristo
Nuestra Madre, presidiendo el Cenáculo de Pentecostés, mirando sus nuevos hijos, ahora revestida con su nueva realidad espiritual extraordinaria, destinada a ser el Corazón de la Iglesia. Ellos eran los hijos dados a Ella por Jesús y la Presencia de Su Divino Hijo. Ella debe haber estado llena con aquel “asombro eucarístico” de la cual el Papa habló en su encíclica para el año de la Eucaristía. Aquella misma admiración debe ser la nuestra.
Si aquellos primeros apóstoles no habían estado muy indicados para tal elección, cuánto más puede estar dicho si nos miramos a nosotros mismos, elegidos por nuestro nombre en el mismo momento en el Cenáculo por el Señor: ¡que extraordinaria Su elección para nosotros! Quizás a veces nos maravillamos de Sus elecciones: Él combina en el mismo grupo un cobrador de impuestos, un miembro de la secta de los Zelotes, probablemente un revolucionario, Pedro quien lo negó, un hombre muy impulsivo, Tomás y sus dudas, y ¡Judas! Pero, si nos maravillamos de esto, deberíamos primero mirarnos a nosotros mismos, entre algunas elecciones inverosímiles.
“Ante ésta extraordinaria realidad nos quedamos asombrados y atónitos: ¡que grande es la condescendiente humildad con que Dios ha elegido de abajarse Él Mismo a hacerse humano de ésta manera! Si hacemos una pausa ante la cuna y contemplamos la Encarnación del Verbo, ¿qué sentiríamos ante el altar en que, a través de las pobres manos de los sacerdotes, Cristo hace Su Sacrificio presente en el tiempo? Nada queda más que doblar las rodillas en silencio, en orden de adorar éste supremo misterio de Fe”.
Todo esto vio nuestra Madre en el Cenáculo en ésos que estaban físicamente presentes, pero Ella vio también todas las generaciones sucesivas de sacerdotes de todos los siglos, ¿Pero cual es el misterio que produjo en nosotros que nuestra Madre vio con asombro? Cuando hablamos de haber sido llamados para actuar en la Persona de Cristo, estamos hablando del carácter del Sacramento de la Orden Sacerdotal, que junto con el bautismo y la Confirmación constituyen éstos sacramentos, que quedan indelebles en el alma.
Cuando hablamos de “actuar en la Persona de Cristo”, no estamos hablando simplemente de un poder que es delegado a nosotros, para actuar por otro como un embajador actúa para su dueño.
No, es algo más profundo; otra vez escuchemos al Papa:
“La Orden Ministerial nunca puede ser reducida a un aspecto de simple funcionario, porque nos es dado al plano del “Ser”, que habilita al sacerdote a actuar en la persona de Cristo, que alcanza su momento más importante cuando consagra el pan y el vino, repitiendo los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena”.
Lo que no se es dado nunca se puede reducir a un aspecto funcional; En otras palabras, no somos simples máquinas en Sus Manos, repitiendo ciertas palabras y ciertos gestos. Lo que nos es dado envuelve nuestro ser, el hombre entero, por eso estamos hablando de algo, que la entera Persona del Señor posee.
“Al plano del “Ser”. Significa que, antes que tomemos cualquier paso activo, nuestro ser es cambiado y nuestra función sacerdotal fluctúa desde la nueva realidad dentro de nosotros. Tratando de comprender enteramente éste regalo, nos embarcamos en una tarea muy difícil y delicada, por una parte debemos evitar decir cualquier cosa que se supone que viene de la Persona de Cristo, que obviamente sería ridículo, pero también debemos evitar sugestiones de que éste nuevo regalo es simplemente “algo” que llevamos nosotros mismos, de ninguna manera conectado con nuestro ser, que se queda inalterado.
Como el Santo Padre dice, el regalo de actuar en la Persona (no sólo la naturaleza ) de Cristo, afecta al plano de nuestro yo.
Esto siempre debe quedar un misterio, pero deberíamos decir que la Persona del Señor viene entrelazada con nuestro ser, así que venimos a ser uno, mientras observamos todas las diferencias.
Debemos creer firmemente en aquéllas palabras de Jesús en la Última Cena en la oración de Su Altísimo Sacerdocio (que debe ser visto como una oración de ordenación):
“Para que todos sean uno. Como tú Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros”. (Jn 17,21).
Aquélla oración, yo pienso, que concierne a todos los bautizados, pero de una manera especial para los sacerdotes.
Después de éste cambio al plano de nuestro ser, esto debe afectar toda nuestra actividad sacerdotal, no justo en el momento de ofrecer en la Santa Eucaristía, y desde esto vemos la inmensa naturaleza de que estaba conferida sobre nosotros el día de nuestra ordenación. Esto nos hace comprender, quizás, el significado de cuando le preguntaron al Padre Pío: ¿Si tu comenzaras tu carrera de nuevo, que hubieras hecho? Él dijo: ¡Habría escapado! Yo siempre he comprendido el significado de su respuesta, como que él no se consideraba a si mismo capaz y suficientemente bueno, como para aceptar tan maravillosa gracia y responsabilidad como el sacerdocio… En esto él sigue el ejemplo de San Francisco de Asís, que declinó el sacerdocio por humildad.
Quizás es justo y bueno que no supiéramos éstas cosas, cuando éramos niños inocentes o jóvenes, y nos ofrecimos para el seminario.
Quizás también hubiéramos tenido la humildad, para dejarlo de lado.
Vinimos a saber de éstos prodigios en un punto de nuestras vidas, cuando estando esperanzados y creciendo dentro de un reverente asombro de los misterios de nuestra fe , a través de aprender y orar.
El gozo de nuestra Madre
Hasta ahora, hemos estado escuchando las palabras del Papa de seguir la doctrina, por esto, es una cuestión tan profunda y delicada que uno se siente necesitado del soporte de su magisterio.
Pero es precisamente el prodigio de ésta realidad que nuestra Madre nos explica lo que concierne al sacerdocio. Hemos dicho que nuestra Madre, en el corazón del Cenáculo de Jerusalén y en nuestros cenáculos también, ha mirado a aquellos hombres jóvenes que estaban a su cuidado porque fueron elegidos por Su Hijo.
Ella vio la fragilidad humana en sus nuevos hijos, uno al lado del otro deseando saber de su llamada. Su reacción es extraordinaria y maravillosa.
“¿Me preguntas si estoy contenta? ¡Oh, tú no sabes, hijo, la alegría que me das! La alegría de la Madre consiste en estar con sus hijos. Mí Paraíso es estar al lado de cada uno de vosotros. Los sacerdotes son los hijos que yo amo con predilección porque, por vocación, son llamados a ser “Jesús”. (23 de Febrero de 1974).
Éste “amor especial”a ellos, los marca por la razón que hemos hablado “porque por su vocación, ellos son llamados para ser Jesús”
Cuando nuestra Madre mira a un sacerdote, uno de nosotros, no ve justo a él en su humanidad, sino a Su Hijo Jesús, vivo, viviendo y actuando en él, Ella ve la pobreza del material que Jesús ha elegido, (nosotros llevamos un gran tesoro en vasijas de barro), como San Pablo dice.
Ésta pobreza ha sido confiada a Ella como nuestra Madre, hacia quién nosotros debemos ser como niños pequeños:
“Mía es la misión de formar en ellos la imagen de mí Hijo . Jamás los abandono, jamás los dejo solos”.(23 de Febrero de 1974)
“Eso es: los sacerdotes de mí Movimiento deben ser todos así. Pues si se han consagrado a Mí, deben sentir, ver y pensar como Yo. Porque quiero tomar posesión de toda su vida, quiero transformarla, volverla imagen de Mí Hijo Jesús, el primogénito de muchos otros hijos míos.
¡Que se dejen formar por Mí, como niños, con mucha confianza y el mayor abandono! (20 de Octubre de 1973).
Algún tiempo atrás un amigo mío, con quién, yo he estado discutiendo la supernatural naturaleza del sacerdocio en éstos términos, me pregunta, ¿si hay alguna diferencia con el conocimiento de tales cosas en la vida de los sacerdotes?
Claramente hay algunas, por cierto muchas, para quién tal realización hace una profunda impresión en la manera que ellos viven su vida sacerdotal.
Pero, tristemente para muchos, reflexionan muy poco en tales cosas. Éstas cuestiones son aprendidas y absorbidas sólo en la oración, y quizás, un poco de preocupación en éste asunto de Nuestra Madre puede ser fundado en aquél muy conocido mensaje donde Ella nos dice:
“No son vuestros planes pastorales ni vuestras discusiones, no son los medios humanos en que ponéis tanta confianza y seguridad, sino sólo es Jesús Eucarístico quién dará a toda la Iglesia la fuerza de una completa renovación, que la llevará a ser pobre, evangélica, casta , despojada de todos los apoyos en que confía, santa, bella, sin mancha ni arruga, a imitación de vuestra Madre Celestial”. ( 8 de Agosto de 1986).
Podemos estar tan absortos en organizaciones concernientes a nuestras humanas habilidades y maneras de hacer las cosas que nuestro concepto de nuestra fe puede ser menos que la fe y más a nuestra eficiencia humana.
Como el Santo Padre nos dice, la orden ministerial nunca puede ser reducida a un nivel de funcionario. Debemos asombrarnos de que manera muchos han estado enseñando en los seminarios antes de su ordenación.
Quizás la inmensidad del regalo contenido en el sacerdocio hubiera estado más comprendido y apreciado, si menos sacerdotes habrían estado preparados para dejar sus vocaciones.
Por esto nuestra Madre desea renovar el sacerdocio, y de tener las vidas de sus hijos para formarlos en éste extraordinario regalo: “Es mí misión de formar en ellos la imagen de mí Hijo. Yo nunca los abandonaré. Nunca los dejaré solos”. (23 de Febrero de 1974).
Es la tarea que Ella llevó a cabo en aquél perpetuo Cenáculo del Corazón Inmaculado, Y Ella es la Maestra en la luz del Espíritu Santo, que Ella es su Esposa y es la Mediadora de todas las gracias.
Dentro del cenáculo, que es el plano de la casa para la renovada Iglesia, allí debe estar renovado el sacerdocio que será su Corazón.
Ella que formó al Único Sacerdote Eterno hará lo mismo para nosotros, en el mismo ambiente que Jesús creció, y que es Su Corazón Inmaculado. Por esto, Su Corazón Mismo era formado y crecido como la mejor discípula de Jesús, la imagen del espejo de Su Propio Corazón. Por tanto , viene siendo la Madre con el Corazón Sacerdotal.
Nosotros venimos a Ella, buscando de ser formados en una expresión de nuestro sacerdocio que es interiormente el eco de Su Propio Corazón, por eso Ella no puede fallar en imprimir la imagen de Jesús en nosotros. “La Madre guardaba todas éstas cosas en Su Corazón” San Lucas lo repite dos veces en un Capítulo de su Evangelio, indicando que todo lo que Jesús dijo e hizo viene a ser la “hechura” de Su Propio Corazón. Él era todo lo que Ella tenía, y todo lo que Ella tiene para darnos y así Él le confía a Ella a todos nosotros. Total confianza a Ella es la defensa que Dios nos da a nosotros en éstos tiempos:
-“Os llevo a Jesús vuestra vida.
He aquí por qué hoy, cuando muchos caen en las tinieblas del pecado y de la muerte, con mí fuerte presencia entre vosotros os ayudo a vivir en gracia de Dios, a fin de que también vosotros, podáis participar de la misma Vida del Señor Jesús.
En éstos tenebrosos tiempos de la gran tribulación, si no os dejáis llevar entre mis brazos con abandono filial y con gran docilidad, difícilmente lograréis huir de las solapadas insidias que os tiende mí Adversario.
Sus seducciones se han hecho tan peligrosas y sutiles, que casi no se logra escapar de ellas.
Corréis el gran peligro de caer en las seducciones que os tiende mí Adversario, para alejaros de Jesús y de Mí.
Todos pueden caer en su engaño.
Caen en él Sacerdotes y también Obispos. Caen fieles y también consagrados. Caen los simples y también los doctos. Caen los discípulos y también los maestros. Nunca caen en él aquellos que –como pequeños niños- se consagran a Mí Corazón Inmaculado y se dejan llevar entre mis brazos maternales.
Ahora se manifestará cada vez con más claridad ante la Iglesia y el mundo que el pequeño rebaño que, en éstos años de la gran apostasía, permanecerá fiel a Jesús y a su Evangelio, estará todo él custodiado en el recinto materno de mí Corazón Inmaculado”. ( 2 de Febrero de 1989).
Esto es seguramente un asunto de experiencia.
Ciertamente, estoy convencido que en Inglaterra aquellos que están consagrados a nuestra Madre y lo viven, son la columna vertebral verdadera de la Iglesia Católica en el país, y hay una panorámica similar en otros países que yo he visitado. Ella los mantiene cerca de Su propio Corazón Inmaculado en amor, muy cerca del Santo Padre y la enseñanza de la Iglesia.
Y también sensitivos a los abusos que ellos ven. Ellos aman la Iglesia. Como es necesario vivir en el Corazón de la Iglesia, aman el sacerdocio y rezan por ello. Sobre todo, uno de los Arzobispos en Australia me dijo, que la Madre los guía en la oración y en esto recordamos el regalo del Cenáculo, que circunda el mundo, como lo hemos visto, en la red del amor. Era Su Promesa cuando el Movimiento comenzó:
“Yo haré que experimenten un gran amor por la Iglesia y por el Papa, que yo amo tanto y que serán confortados, defendidos y salvados por la corte de Mis Sacerdotes”. (29 de Julio de 1973).
De ésta manera, nuestra Madre no es simplemente la defensa de la Iglesia, pero la fuente de la vida espiritual en el Espíritu Santo. En todo esto vemos el espíritu del Corazón Inmaculado ya vivo en el Corazón de la Iglesia:
“Hijos míos predilectos, mirad con mis ojos y veréis como la Iglesia se está renovando interiormente bajo la potente acción del Espíritu de Dios.
Pero, entrad Conmigo en el Corazón de la Iglesia. Aquí el triunfo de mí Corazón ha acaecido ya.
Ha acaecido en la vida de mis hijos predilectos que se han consagrado a Mí Corazón Inmaculado. Su número se hace cada día mayor. Ved: en ellos crece la luz, el amor, la santidad, la fidelidad, el heroico testimonio del Evangelio.
Aún en su pequeñez, refulge en ellos mi esplendor. Conducidos y formados por Mí, serán los nuevos Apóstoles para la renovación de toda la Iglesia. Están en el Corazón de la Iglesia y en el de vuestra Madre Celeste”. (5 de Agosto de 1978).
En éste mensaje del 5 de Agosto de 1978, Nuestra Madre nombra varios grupos de Sus hijos, en quiénes Su Triunfo ya se puede ver, nombra el Santo Padre y los sacerdotes, religiosos consagrados y laicos. Esto no significa que Su Último Triunfo no vendrá en una mayor y universal acontecimiento, pero que una fuerte, todavía largamente escondida tarea de renovación es gentilmente esparcida en la Iglesia.
La oración del Movimiento no es en vano, aunque pensando, en la presente oscuridad, muchos pueden estar tentados de cuestionarse y desilusionarse.
Ella está preparando la base, a través de éstos triunfos a nivel individual, para establecer su resto para la batalla final y de dar la bienvenida a Su Divino Hijo, en el Triunfo final de Su Reino Eucarístico. Pero, si esto es dirigido a todos aquellos que viven Su Consagración, es dirigido en especial manera a los sacerdotes, a quienes concierne ésta meditación. Ella nos ha dado ésta promesa:
“Mí Misión Materna es la de hacer vivir a Jesús en cada uno de vosotros, hasta su plenitud. Nunca como en éstos difíciles momentos ha sido tan necesario que todos los sacerdotes sean sólo Jesús vivido y viviente para ser luz de todas las naciones. Sus ojos misericordiosos en vuestros ojos; Su Corazón Divino en vuestro corazón; Su Bella Alma en vuestra alma; Su Amor en vuestro amor para difundir por doquier en la Iglesia la plenitud de ésta luz. Para ser su gloria, que a través de vosotros se debe reflejar en todas partes del mundo”.
(2 de Febrero de 1981).
Ésta es la tarea, que nuestra Madre está llevando a cabo en cada uno de nosotros, quién realmente busque de vivir su consagración plenamente.
“En el más crudo invierno vosotros sois los brotes que se abren de Mí Corazón Inmaculado y que yo deposito sobre las ramas de la Iglesia, para deciros que está a punto de alcanzar su más bella primavera.
Será para Ella su segundo Pentecostés.
Por esto os invito a repetir en los Cenáculos la oración que os he pedido: Ven Espíritu Santo, ven por medio de la Poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de Maria, tú amadísima Esposa”. (31 de Diciembre de 1997).